Un baño de temazcal, la mejor manera de iniciar el año

Este primero de enero, mientras el centro de Tepoztlán rebullía la gente, yo pasé rápidamente hacia el temazcal, emocionada de bañarme al iniciar el año. Los múltiples pequeños grupos y familias que vinieron estos días a la sanadora experiencia de sudar, muy diferentes entre sí, coincidían en una necesidad de terminar o iniciar el año priorizando su salud. La familia que entró venía desde Monterrey y entre sus objetivos principales estaban venir al temazcal: - Nunca voy a olvidar este inicio de año- dijo la tía, al salir. Es una satisfacción inmensa cuando alguien que tiene una primer experiencia dentro sale expandido y sonriente, y me alegra mucho que en el país y en el mundo cada vez hay más personas que aprecian esta tradición.



    En mi caso, el temazcal vino por tradición familiar y fue mi primer oficio, aprendido a medio camino entre jugar, ayudar y mi propia temprana consciencia de que lo que ocurría en esos baños era una experiencia liberadora. Eso sucedió mucho antes de que estuviera de moda, y cada spa, hotel y grupo con aspiraciones sociales o terapéuticas tuviera un temazcal. Mi papá es un etnobotánico que se dedicó desde muy joven a investigar la herbolaria mexicana y trabajar con grupos indígenas. Se dio cuenta muy pronto de que la academia y las instituciones subestimaban el conocimiento oral de los pueblos originarios, y las tradiciones de salud aparentemente simples y rústicas que eran practicadas en las comunidades. Se convirtió entonces en discípulo de varios médicos tradicionales, incluyendo a dos legendarias mujeres de Morelos, Modesta Lavana y Vicenta Villalba, y el muy misterioso Don Dawis de Cuetzalan, Puebla. 

   El primer temazcal de nuestra casa se construyó usando nuestras propias manos, con mis hermanitos enlodándose alegremente. Poco a poco se corrió la voz y comenzaron a venir cada fin de semana grupos de todo tipo: naturistas, grupos de yoga, de tarot, taxistas, concheros, amigos, parientes y personas de todos los caminos de la vida. Un hermano y su esposa y varios amigos de mis papá comenzaron a frecuentar el temazcal, sintiéndose con meses o años listos para guiar también. Muchas personas que ahora se dedican al temazcal se metieron por primera vez a uno en nuestra casa. Mis hermanos y yo desde niños nos acostumbramos a ayudar en las tareas simples: partir la fruta, acomodar petates, repartir tés y apapachos. Nos metíamos también a bañarnos, cantar y acompañar. A ratos nos rebelábamos: las fiestas de la adolescencia y las mañanas cargadas de pequeñas tareas no se llevaban bien, y había algunas pesadas, como cargar la leña. - Ustedes no quieren hijos, quieren obreros- les espetó un día mi hermano en un berrinche. Pero en general, trabajar en el temazcal nos daba la sabrosa sopa de verduras de mi mamá, también algunos pesos en la bolsa para gastar durante la semana y un sentido de servicio y comunidad.

No recuerdo exactamente el día en que comencé a tomar las responsabilidad de guiar. Supongo que un día faltaba alguno de los adultos y decidimos apresuradamente que yo estaba lista. El temazcal mexicano rural, de dónde viene la forma familiar de guiar, es más cercano a las parteras y el acompañamiento personalizado que los inipis del camino rojo, inspirado en las maneras de las tribus norteamericanas Sioux y Lakota. En esencia, ambas son tradiciones de baño de vapor en grupo, pero en mi opinión son casi opuestos en la manera: mientras una prioriza acompañar amablemente la sanación de una persona a varios niveles, el otro es un entrenamiento de la fuerza y la voluntad. El inipi como ritual tiene números de puerta, de piedras y de cantos, y se basa en el reto y el rigor, mientras que nosotros lo hacemos al tanteo, escuchando la respiración de los asistentes y teniendo amplias flexibilidades. En México ya se han revuelto bastante ambas tradiciones: se usa la forma de iglú pero con cobijas a la manera del inipi, se construyen domos de barro y los baños se llevan a la manera del camino rojo, se hace un té con yerbas mexicanas al tiempo que se canta y se lleva la palabra a la manera Lakota. Algunas veces yo también disfruto de entrar con un estricto líder y sentirme en el asador; de las tradiciones del norte disfruto especialmente los cantos. Cuando vienen personas que han estado en otro tipo de temazcales al nuestro menudo me preguntan: -¿Cuántas puertas vamos a hacer? O - ¿Crees que vamos a aguantar hasta el final?. “Aguantar” no es una palabra que me guste en mi propia manera de llevar un temazcal. Considero necesario que haya un momento de buen calor donde sentimos juntos el intenso abrazo del fuego y del agua con fuerza, y quizá con un poco de esfuerzo, pero sin sufrimiento o desgaste. - Cada quien se queda lo que le plazca, y abriremos la puerta las veces que sea necesario.- es una de mis respuestas. Quien escucha mi respuesta generalmente suspira aliviado. Para mí el temazcal tiene que ser una experiencia eminentemente placentera para sanar de verdad.

 Mientras entraba a temazcales en diferentes partes de México, me topé con muchas formas: cuartitos improvisados, el clásico con forma de iglú, y cuadrados como el totonaca y el que es mi favorito: uno largo, personal y pequeño, llamado torito. Quien conozca a médicos tradicionales sabrá que no hay un consenso en prácticas, rituales o creencias ni una sola fórmula que establezca qué se debe de hacer adentro. Muchos sanadores mexicanos son católicos, otros más le rezan al agua o al fuego y conocí también algunos altares que incluían con democracia a Jesús, a Quetzalcóatl y a la Santa Muerte. La mayoría se meten contigo, te ramean, cantan y piden por tu salud a su manera. Si hay una tradición en el país, es la del eclecticismo, y dentro de esa, de personalizar la manera de curar. Alguna vez que puse atención me di cuenta de que en mi familia hacemos sesiones muy distintas entre sí, y a la vez tenemos un consenso en lo prioritario: el bienestar de los que depositan su confianza en nuestra guía. Hemos hecho una colección de canciones que nos gustan sin que todas pertenezcan a una tradición particular: nahuas, biorregionales y hasta de la trova o compuestas por amigos. Una de mis maestras fue una curandera de Puebla, Doña Rosita, que era famosa por tener el don de mandar a las personas, con sólo su voz y pasando su mano por el rostro, y  a visiones de la época prehispánica. Tengo recuerdos vagos de mis propias visiones provocadas por ella, en medio de la selva y personas de piel canela. A Rosita le gustaba entonar una canción que incluía su nombre: Santa Rosita, Santo romero, vaya lo malo, venga lo bueno. Me sigue sorprendiendo la simpleza y efectividad curativa de esa canción.

Ser guía de temazcal puede ser un hermoso oficio y a la vez no es algo de lo que se puede vivir. Para el cuerpo es sano entrar una vez a la semana (el famoso baño a fondo de los sábados), o quizá dos. Más puede desgastar los riñones o deshidratar demasiado; las personas que arriesgan bañarse diario o muy seguido para ganar más lo están haciendo a costo de su salud. El que el baño sea un servicio y una ocasión especial también nos da una sincronía entre los procesos personales y colectivos: cada vez más seguido encuentro que, aunque en principio atendemos a quienes vienen, sus momentos coinciden con los nuestros. Estamos cansados y hacemos un temazcal suave, amable y reparador o tenemos mucha energía y se lleva con mucho calor, cantos y entusiasmo. 

   Durante la pandemia, me sincronicé con muchas mujeres que solicitaban el temazcal solas. La mayoría de ellas, independientemente de la configuración familiar o romántica en la que vivieran, habían decidido tomarse unos días para sí mismas. Me sorprendió ver la fuerza y la certeza con que estas mujeres defendían su derecho a dedicarse un tiempo a descansar, apapacharse y reponer energías. Darse el tiempo para un temazcal es una inversión en prevención de la enfermedad, en calidad de vida, y es además muy agradable. En el fondo, nuestro bienestar, el de nuestros seres queridos y el del planeta tienen una resonancia.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu artículo Abril, y felicidades por venir de una familia que ha impulsado el temazcal, la sanación. ¿En donde está tu temazcal? Y cuándo harás uno?

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    1. Hola Perla Marina, muchas gracias por leerme. Mi familia lleva desde hace muchos años el temazcal de Posada del Tepozteco en Tepoztlán, Morelos. Es hermoso, tiene la mejor terraza y vista; se puede ir también sólo al temazcal. El de casa de mis padres lo mantenemos ahora para familia y amigos, está en Cuernavaca, si tienes un grupo avísanos. Antes de la pandemia solíamos hacer temazcales abiertos de luna llena, pero hasta ahora no considerado prudente reiniciar. ¡Disfruta del temazcal, donde lo encuentres, es una gran herencia que nos dejaron parteras y curanderos!

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